Iniciado por
Pan-10
un cuento de hadas, por PAN-10:
El día en que la bruja mala se presentó en el castillo de la Bella Durmiente (película que Ud. sin duda vio cuando tenía 5 años, sin importar lo hombron que sea ahora) maldijo a la Princesa Aurora diciendo que cuando esta cumpliera los dieciseis años se pincharía con una máquina de coser y moriría.
Así es señor. La princesa de la Bella Durmiente tenía tan solo dieciseis añitos. Si, lo sé. La princesa tenía un culo y unas tetas que harían palidecer a cualquier monito animado porno japonés, pero no olvidemos que vivía no con una, sino con tres Hadas Madrinas (así que imagínense qué pidió como regalo en su 15º cumpleaños).
A esa edad, la Princesa -como cualquier mocosa- esperaba al lindo y delicado Príncipe Azul, una especie de proto-pokemón de la Edad Media, vestido con panties de encaje negro y cubierto por una capa de terciopelo rojo, como cualquier travesti de barros arana de thno de nuestros días. Por supuesto el Príncipe era sensible y romantico (o sea weco).
Como cualquier niña de dieciseis años, Aurora quería casarse, y se dio la mala suerte de que justo se atravesó en su camino el Príncipe, que -como todo weco- también quería casarse, no para tirarse a la pendeja, sino para hacer su lista de regalos en Falabella y mandarse a hacer un traje de diseñador para la boda. Ese año se llevó a cabo la antinatural unión, para alegría de los suegros, que se ahorraron un montón de guerras entre los reinos.
Pero ¿qué ocurrió después? ¿En verdad vivieron felices por siempre? Pues no. Pasados los primeros dos años, la Princesa empezó a aburrirse del huevón. El Príncipe le hablaba como guagua, se lo pasaba dibujando corazones por todo el Reino y cada tanto en tanto mandaba a un juglar a cantarle canciones de Kudai. Fue por esos años que el corsario internacional, conocido como el Capitán Garfio, arribó a las costas del reino.
Garfio y su pandilla de hombres rudos, llevaban varias semanas en altamar, sacudiéndose la cosa cada vez que se les cruzaba una Sirena, así que lo primero que hicieron fue irse a marakear. A la salida, medio entonao’ el Capitán se encontró con la Princesa, quien, acostumbrada a los piropos, esperó que el sanguinario pirata se deshiciera en halagos al verla, pero en vez de eso se quedó mirándole las gomas y le dijo: “¿Quieres ver mi sable, gatita?”
La Princesa se hizo la ofendida y corrió a su palacio, pero en verdad las palabras que dijo el corsario mientras se quitaba la carne mechada de entre los dientes con su puño de garfio, la habían hecho reflexionar, esa noche abrió su facebook y encontró un mensaje de 20 líneas del príncipe en donde declaraba todo su amor por ella. Entonces tomó una decisión y escapó al puerto en busca del Capitán Garfio. Al día siguiente, el Príncipe -que además era Emo- se suicidó.
Garfio (que si sabía hacer feliz a una hembra) se comió a la delicada princesita y ambos entablaron una especie de relación abierta, asimismo Aurora proxenetió a todas sus amigas y cortesanas y se las presentó a los buenos muchachos del barco que se las hicieron Chupete. Así por algún tiempo garfio recalaba de tanto en tanto en el reino y le daba su merecido a la Princesa.
¿Vivieron felices para siempre? Un buen día la Princesa se aburrió de que el Capitán Garfio pasara largas semanas asesinando niños perdidos en el país de Nuncajamás y le dio a elegir entre ella o el barco. En ese momento el pirata no tuvo otra opción que ponerse su sombrero, colgarse el sable y decir adiós. Despechada, la Bella Durmiente se puso a convivir con el Príncipe Valiente, que hace poco se había divorciado de Blanca Nieves, por esto el Papa excomulgó a ambos monarcas y ellos fundaron una nueva religión, El Mamonerismo y tuvieron una chorrera de hijos.
Garfio siguió cometiendo sus fechorías junto a sus amigotes, algunos intentaron desertar para quedarse con las mujeres que la Princesa les había conseguido, pero fueron lanzados a los tiburones. En el camino Garfio se encontró con una pendeja muy rica y que se hacía la inocentona. Se llamaba Caperucita Roja y quería aventuras.
Moraleja: el machote siempre se come a la mina, aunque sea una princesa.