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Aprendíz
- Poder de reputación
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–¿Y eso? –Preguntó Lucrecia. –¿Aquí qué pasó? –Y entonces confirmó su peor temor.
–¿Saben quiénes somos nosotros? –preguntó el hombre.
–No, papi –contestó Lucrecia con un tono entre coqueto e inocente. –¿Quiénes son?
–Somos limpieza social. Nosotros somos los que matamos a los maricas, los indigentes y a las putas como ustedes. Ahora las vamos a violar, por delante y por detrás, y después las vamos a matar y las vamos a quemar en un monte.
Comenzaron a aparecer muchos hombres vestidos con mamelucos negros y Lucrecia se dio cuenta de que lo que había en las bolsas negras amontonadas una sobre la otra eran muertos. Continuó coqueteando con el hombre, que se identificó como el líder del grupo. Aprovechando que él estaba muy drogado y ella solo estaba borracha, le dijo que estaba enamorada de él, y que haría por él lo que quisiera.
–Ay, papi, no nos vayan a hacer nada. No nos lastimen. ¿No ve que ella es mamá? Yo también soy mamá. –Le decía Lucrecia intentando ablandarle el alma. –Yo me enamoré de ti, tú eres un hombre lindo.
Él y otro hombre la violaron al mismo tiempo, como había prometido, y tres hombres violaron a su amiga. Cuando terminaron sonó el celular del líder, era su mamá. Colgó muy acelerado y dijo que tenía que irse para Ibagué de inmediato. Contra la voluntad de los otros hombres, les ordenó a ambas mujeres que se vistieran y ellas bajaron las escaleras desnudas vistiéndose de prisa. Se montaron en una furgoneta negra con otro hombre. En la Caracas con sexta frenó en seco, abrió la puerta y las sacó a patadas. Ellas aterrizaron en el piso que les rayó las rodillas y las palmas de las manos.
–Agradezcan que están vivas. Agradezcan que no las maté, porque las iba a matar –dijo el hombre.
–Ay, sí. Gracias, papi, gracias. No te olvides de mí. ¡Llámame cuando necesites algo! –se despidió Lucrecia.

Le hago una pregunta inevitable. –Lucrecia, ¿y no te has enamorado trabajando?
–Uy, sí. Claro. Eso pasa. No pasa mucho pero pasa –dice sin dejo de emoción en sus palabras. Es como si se le hubiera secado el corazón, la cara seria, casi triste.
Cuando tenía 21 años conoció a un hombre de 35 mientras buscaba en la calle. Comenzó a salir con él y se enamoró, era la primera vez que se enamoraba de un cliente. Estuvieron juntos en una fiesta que duró diez días. Dejaron de usar condón y Lucrecia quedó embarazada. Inicialmente él le dijo que el bebé no era de él. Lucrecia no quería tenerla, pero le dio mucho miedo tomarse unas pastillas abortivas que le ofrecieron y tuvo una niña a la que llamó Jessica.
La dejó donde una amiga en Barranquilla y cuando la niña tenía dos años y medio llegó el papá a buscarla y se la llevó para Cali a que la criara su mamá. Lucrecia no volvió a ver a su hija, solo habla con ella por teléfono pues él no se la deja ver. Le manda dinero y regalos cada dos meses.
Noches de hasta 20 o 30 clientes, alcohol, marihuana, cocaína, éxtasis, Red Bull, sexo oral sin condón por 300.000 pesos, una mamá que sospecha que es prostituta y le pide que le mande plata todo el tiempo, siliconas en las tetas, biopolímeros en la cola, dos cirugías en la nariz que no han sido suficientes, adictos al sexo, falsas identidades, narcotraficantes, antibióticos en la cartera, exámenes cada tres meses, ropa chiquita e inexistente… Durante estos días Lucrecia sueña con irse a vivir con ‘John Two’ en Aruba y tener un hijo con él. Quizá un bebé la haga dejar la prostitución. Quizá una visa para Estados Unidos le haga olvidarse del amor. Quizá se prostituya hasta morirse. La vida de Lucrecia permanece en eterno riesgo. Pecado cometido.
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