Pucha que me he divertido escribiendo este relato… A tal punto, que le dedico momentos del fin de semana. Va para usted, my lady.
Miré a Bad, tratando de superar el umbral del desafío literario mnemotécnico que me planteaba. Le ordené un expreso. Ella quedó inconclusa, realmente esperaba que respondiera a las implicancias intelectuales que nos habían reunido en tales circunstancias.
Algo enfadada, se dio media vuelta y procedió a preparar mi bebestible. Sin embargo, cuando avanzaba, tropezó con sus tacos torpemente… Era nueva, definitivamente. Cuando volvió con mi tacita, le pagué y le dije: te espero afuera.
Afuera del Café con Piernas, yo daba un triste espectáculo: La verdad es que nunca fui bueno para “los combos”, así que el mafioso del Quing y su séquito de travestis y matones me propinaban una fuerte paliza. Bad me recogió del piso, levantó mi pipa y el resto de mis pertenencias… Luego sacudió mi chaqueta de paño italiano regalado.
Más allá, en un carrito de completos, divisamos al gordito de sotana, que engullía los tres completos con doble mayo que había solicitado. Mi boca y nariz sangraban, Bad me extendió en silencio, un cucurucho de pañuelos desechables y ungüento alcanforado. Luego me miró, y en un ademán de superioridad, limpió mi rostro y me dijo “tonto”.
Tomamos un taxi. Al interior del vehículo, yo descansaba sobre su vientre mientras Bad acariciaba mi cabello. Cuando llegamos a mi hotel, Pelletier arregló todo para que pudiéramos subir a la habitación tranquilamente.
Una vez adentro, solicité una botella de Caballo Loco… Ya con una copa en mano, le pregunté a la hembra cuánto me cobraría por una noche de sexo. Me dijo, depende de lo que quieras pagar…
Ya estimados foreritos… Otro día sigo con este abominable relato.
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